lunes, 19 de octubre de 2015

Bicicleteando por Tigre

Materialicé una bicicleta. La quería, la deseé y ahora la tengo. No es cualquier bici, es un regalo de mi padre. Esto quiere decir, que la armó él, de cero. Es increíble la facilidad que tiene para hacer las cosas. Lo que quiere pumbate se lo arma y le queda re profesional. 

Me hizo una bici plegable, rodado veinte. Se encontró con un cacho de bicicleta en una biciletería, lo compró y empezó a conseguir todas las partes, los pedales, los frenos, el asiento. Y me armó una bici espectacular. 

Hoy la estrené. Hacía casi quince años que no me subía a una bici. De chica sentía mucha presión, entre que no llegaba con los pies cuando paraba, no me dejaban salir sola, y no se que otras cosas más... Hoy, alejada de todos los no puedos del pasado, me entregué a un andar delicioso, cálido, fluido, armonioso. 

Recorrí la costa tigrense que va de la estación del tren al Museo, dos veces, y después me hice una vuelta entre los dos puentes que hay yendo a la salida de panamericana. Un placer, una adrenalina. 

Y me estoy dando cuenta que de a poco me estoy armando un cotidiano muy armonioso: salgo a andar en bici, me voy a nadar, tomo clases del arte marcial pakua, armé un taller de música con unas amigas (nos juntamos a improvisar con la voz, los instrumentos tipo Joy Weekend pero experimental), también armé un club de lectura con una amiga para apropiarme de los libros de autoconomiento que leemos, digerirlos, incorporarlos. Y además, trabajo en mi casa, dos veces por mes con los desayunos y meriendas creativas. Gracias, gracias, gracias universo. 






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