martes, 20 de octubre de 2015

Pileteando a la mañana


Me desperté, desayuné un licuado y me fui caminando al polideportivo a hacer una hora de pileta. Salí súper abrigada, así que cuando llegué, tenía las camperas y la bufanda en la mano.

Como recién estoy arrancando, noto que las primeras pasadas me gusta ir lento, muy lento, disfrutando cada brazada, cada patada, sumergida, respiración. Me gusta no tener que responderle a nadie, que no haya una mirada encima. Porque eso me permite mirarme, escucharme, reconocer mis límites, ver hasta dónde puedo llegar.

Cuando ya tengo unas piletas hechas, me sale sólo ir más rápido, sin esfuerzo, de manera muy eficiente. Como si la entrada en calor (tranquila, a ritmo) me permitiera después poner primera sin esfuerzo. Y me di cuenta de la importancia de la práctica, prepara al cuerpo para hacer las cosas más fluidas. El martes pasado hice 60 largos en una hora, hoy hice 60 largos en cuarenta minutos.

Es un placer nadar, cuando me zambullo (mentira, me meto tipo abuelita) y siento el agua en la cara, suelto todas las preocupaciones, los miedos, las complicaciones, y me abro a recibir el fluir y la contención del agua.

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