Hay una situación que me preocupa y es la de ponerle límites a los demás.
Me da impotencia no poder defender a mi hija cada vez que un nene le pega o le arrebata algo de las manos. Necesito poder cuidar de mi hija, de su espacio, de su poder personal, para que sienta la confianza y seguridad necesarias para vivir su vida en paz y armonía. Hacer respetar su espacio, cuidar y mimar su ego sin hacerla víctima de nada. Y siento que no lo estoy haciendo. Cada vez que dejo que le pegue, siento que estoy fallando como mamá. Y pasa tan rápido, y me frustro tan rápido, que eso se fue acumulando hasta llegar a sentirme impotente. Querer hacer algo y no poder. Y me di cuenta que estaba mirando el conflicto al revés. Esperaba que el nene le deje de pegar, así mi hija y yo podíamos estar tranquilas. Pero así no es cómo funcionan las cosas. Y descubrí que puedo mirar esta situación como una oportunidad, una oportunidad para aprender a poner límites con amor.
No espero que el nene le deje de pegar a mi hija, primero, porque los chicos, de tan inocentes que son, no entienden los límites, hay que repetírselos con amor cuantas veces sea necesario. Y además, porque de esta manera, estaría subestimando mi propio poder. Si pienso que el afuera tiene que cambiar para que yo esté bien, voy a seguir impotente y frustrada. En cambio, si reconozco que esta misma situación puede pasar muchísimas veces, pero que tengo el poder de decidir si me va a poner mal o no, entonces, ahí sí tengo el poder.
Tengo nuevas herramientas. En la charla de la Educación Viva, decían que los adultos están para guiar a los niños en la materia, para poner límites que no son vistos como prohibiciones o limitaciones, sino como conocimiento. Para eso, es imprescindible dirijirse al niño con neutralidad. Si un nene le pega a otro, decimos "así no hacemos, no pegamos" y ponemos la mano para impedir el golpe. Si un nene tiene un objeto que quiere otro y se lo quiere sacar, decimos "hasta acá, pepito dice que no" o "vos querés el objeto que tiene pepito, mas, ahora lo está usando él, ahora no lo podés usar vos, cuando termine sí". Y se repite todas la veces que sea necesario. Porque le niño no entiende el límite, por eso necesita que el adulto lo repita, sin bajar línea. Esto exige mucha presencia. Y si bien, siempre estuve al lado de mi hija nunca pude prevenir un golpe. Por eso me indignaba, estaba al lado y pasaba frente a mis narices. Estando al lado no podía hacer nada por ella. Mas, eso era porque pensaba que no correspondía, que no tenía el derecho de intervenir, de poner el cuerpo por mi hija, que no tenía derecho a defender lo mio, que no valía la pena. Inconscientemente, quizás pensaba que ponía en evidencia mi frustración y mi enojo y por eso estaría en falta, porque los demás no deberían verme enojada. Tantos bloqueos. Querer y no poder.
Esta situación va a seguir pasando todas las veces que sea necesario hasta que yo pueda aprender a poner límites con amor. Es el universo diciendome "piba, más fácil imposible, te mandamos un bebé, la encarnación más pura de inocencia, para que salgas de tu zona de confort y aprendas a defender tu espacio". Okay, entendí el mensaje, ahora bien, llevarlo a la práctica es otra cosa.
Hoy pasó que el nené le volvió a sacar un objeto a mi hija. Y como si la acumulación de un año de situaciones de golpes, invasiones y violencia simbólica viniera de golpe a mi, me volví a enojar y a frustar conmigo misma porque no llegué a tiempo. Sí, la próxima voy a estar pegada a mi hija para defender su espacio, para anticipar los golpes y posibles arrebatos, pero también voy a estar sin expectativa de que eso pueda llegar a pasar, porque si hay algo que descubrí, es que uno atrae con el pensamiento, y si yo espero que algo pase, va a pasar.
Estoy aprendiendo a digerir lo que me molesta, asimilándolo como experiencia y aprendizaje. No me ahogo en sentimientos que voy escondiendo y pisando para que entren más sin digerir. Estoy aprendiendo a evitar vomitar mi enojos a terceros que no tienen nada que ver y que su aval tampoco me va a hacer sentir mejor. En cambio, descubrí que lo mejor es dirigirse directamente a la persona que me afectó, decirle lo que me pasa, lo que me incomodó, y de alguna manera, estoy marcando mi territorio, "hasta acá sí". Esta es una manera de ver el lado positivo de los conflictos: me obliga a decir lo que me incomoda con naturalidad.
Y todo esto es un entrenamiento, me siento en el ring de boxeo preparándome para salir a la vida. Estoy practicando marcar mi territorio en una situación en la que estoy emocionalmente comprometida, porque incluye a mi hija, lo que lo hace un desafío mayor. Y esto me sirve para todo.
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