domingo, 13 de abril de 2014
Ma qué obstáculos
Hoy fui a nadar a pesar de tener viento en contra. Primero, me compré unas antiparras que se rompieron ni bien intenté ponérmelas. Me enojé porque sólo quería ir a nadar y volver y las cosas no salían como yo quería. Con el enojo vino la duda ¿y si no me devolvían la plata de las antiparras? ¿y si las tengo que cambiar por algo que no quiero? ¿y si no consigo lo que necesito? Antes de ir a la pile, tuve la intención de cambiarlas, pero como era muy temprano y estaban todos los negocios cerrados, me volví. En el camino me encontré a N. y le pedí que las cambie él. Yo mientras iría al club con unas que me habían prestado, no todo estaba perdido.
En el camino, empezó a llover, primero un poquito y después un montón. La gente se escondía abajo de los techos que encontraba. Era, sinceramente, una invitación a volverme porque pasando los techitos, venía una parte de mucho parque y poco techo. No había hecho ni tres pasos y ya se largaba con toda. Me apareció la duda "Estoy más cerca de casa que del club, ¿vuelvo?" "Si vuelvo evito mojarme pero me quedo con las ganas. Si voy, me mojo toda, y me pueden decir que quizás no se pueda usar la pileta por la lluvia y y y". Y decidí jugármela. Y bueno, si me mojo me mojo. Si no hay pileta, me vuelvo. Estoy cansada de prevenir tanto por miedo a perder tiempo, a que las cosas me salgan al revés de como quiero. Ya ni sé qué es lo que quiero. Sólo se que me tengo que entregar un poquito más a lo inesperado. Y empecé a ver lo positivo de mi elección. Si voy caminando, me empapo toda y me dicen que no hay pileta, por lo menos disfruté la caminata, dejé que la lluvia me mojara como Don Lockwood en Singin' in the Rain; tan contento estaba que convirtió algo que normalmente sería una molestia en una oportunidad para demostrar su alegría. Además, estoy segura que si voy es por algo, algo tengo que aprender de esto.
Cuando llegué a la pileta, había un abuelito esperando a que abrieran las puertas y me senté al lado suyo. Me contó que viene todos los fines de semana caminando. "Claro, vive cerca" me dije, pero no, vive mucho más lejos que yo, casi el doble de distancia. Va por voluntad propia y sólo por media hora de nado, que es lo que puede. "¿Y si llueve?" le pregunto. "Si llueve, llueve, qué le voy a hacer". Yo, más joven, vivo más cerca, voy por más tiempo, lo hago por placer y aún así dejé que dos mínimos obstáculos me afectaran como si fueran gigantes. A fin de cuentas, hice bien en no darles bola. Y al hablar con este abuelito me di cuenta que tengo que dejar que el árbol me tape el bosque, no sólo para esto, para todas las situaciones de la vida. Okay, las cosas no salen como las había planificado, y bueno, sigo para delante, me tropiezo, me golpeo, y sigo para adelante, aparece una montaña y la escalo o le doy la vuelta. Quizás esta sea una invitación del universo a que calle el coco y me deje llevar.
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